Disciplina no es una palabra que suene bien de entrada.
En general, es un concepto que se asocia a rigidez e incluso a sufrimiento.
En mis clases suelo ver las expresiones de rechazo que se forman en las caras de mis alumnos cuando respondo con “disciplina” y “constancia” a las típicas preguntas sobre cómo llegar a conseguir tal postura, cómo hago para meditar todos los días o cualquiera de estas cosas que suelen sorprenderte cuando tú no las haces.
Y todo esto viene por un mal entendimiento de lo que significa ser disciplinado.
Autoexigencia y disciplina
La disciplina no es autoexigencia, aunque casi siempre se confundan estos términos y muchas veces nos hablen de disciplina cuando nos quieren decir que nos exijamos, nos obliguemos y no nos tengamos en cuenta a nosotros mismos en el proceso.
La disciplina, muy al contrario, es algo totalmente voluntario. No somos disciplinados para hacer lo que “deberíamos” hacer según criterios externos. Somos disciplinados para hacer lo que realmente queremos hacer, pero nos cuesta.
Cuando somos disciplinados es porque hay un por qué y un para qué fuertes detrás de lo que sea que estamos haciendo, y esto nos dice que sabemos que lo que hacemos es necesario para conseguir unos resultados que queremos conseguir y que nos van a acercar al lugar en el que queremos estar.
- En el contexto en el que nos movemos podemos poner el ejemplo de la meditación:

Es bastante complicado ponerse a meditar, siempre hay buenas excusas que nuestra mente se encarga de fabricar, y además es un proceso que en sí mismo puede muchas veces no ser el más agradable del mundo, sobre todo al principio.
Pero meditamos. Y meditamos porque sabemos que cuando lo hacemos conseguimos unos resultados palpables, como una mente más tranquila y una lucidez más amplia. Y también, sabemos que estos resultados son mayores cuanto más constantes somos.
Total, que para conseguir aprovechar los beneficios de la meditación, es imprescindible la disciplina. Sin disciplina no hay constancia, sin constancia no hay resultados, y sin resultados no nos acercamos al lugar en el que queremos estar.
Y si durante el proceso no nos alegramos cada vez que terminamos una meditación, cada vez que notamos esos resultados… Entonces es que realmente no están claros esos objetivos que se persiguen y el por qué y el para qué no son sólidos.
En este caso, sin un por qué y un para qué, estaríamos torturándonos meditando sin que nos guste, sin aprovechar los resultados y sin que nos dirijamos hacia ninguna parte. Estaríamos siendo muy autoexigentes, pero nada disciplinados.
La disciplina requiere de un propósito, y es en función del propio camino del que forma parte, y si no, no estamos hablando de disciplina.
Disciplina, voluntad y hábitos en yoga
La disciplina es la herramienta que utilizamos para entrenar nuestra fuerza de voluntad.
Para fortalecer la voluntad, la disciplina nos dota de la actitud y el foco que necesitamos. Y además nos permite generar hábitos, que son la base de cualquier transformación.
Como ya hemos comentado, la disciplina es la base de la constancia, y la constancia es la base de los hábitos. Si esos hábitos surgen desde un propósito claro, desde un para qué y con un por qué firmes, entonces podremos sostenerlos en el tiempo y aprovecharlos para construir sobre ellos.
Los hábitos son los cimientos sobre los que se construye cualquier transformación personal, y la disciplina nos va a ayudar a que sean realmente estables.
Tan importantes son la disciplina y los hábitos que son la base de La Escuela de Yoga, mi programa formativo online para profundizar en el yoga e integrarlo en el día a día.
Es realmente imposible integrar las maravillas del yoga en tu vida sin una disciplina, unos hábitos y una voluntad bien entendidos, bien desarrollados y bien planteados.
La disciplina es la llave de la libertad
Como lo lees.
La disciplina nos abre las puertas de la libertad. Y es que sin disciplina somos esclavos de las fluctuaciones caprichosas de nuestra mente.
Sin disciplina somos esclavos de las excusas que nuestra mente idea cada vez que nos queremos poner a hacer algo y acabamos por no hacerlo.
La mejor manera de escapar de la esclavitud de la mente, y darle la vuelta a la situación para poner a la mente a nuestro servicio, es encontrar un propósito que alimente una disciplina fuerte y nos permita enfocarnos en lo que realmente queremos hacer. Y hacerlo.
Con la propia practica de la disciplina por sí misma estamos doblegando a la mente y estamos emergiendo nosotros. Y cuando esto ocurre, podemos elegir, y nos alejamos de la esclavitud a la que estamos sometidos para acercarnos a la libertad de tener una mente controlada.
Disciplina es libertad.